miércoles, 22 de julio de 2009

¿Cómo confrontar a alguien que está en pecado?

Cuando estamos al frente del ministerio juvenil, muchas veces tenemos que atravesar la amarga conversación acerca del pecado con alguien de nuestro equipo de liderazgo o quizás con algún joven o señorita del grupo. Es un momento sumamente incómodo, pero siempre muy necesario.
La mejor manera de enfrentar esta situación es mantener en mente la
PREPARACIÓN y el PROPÓSITO.

PREPARACIÓN
1. Prepara tu corazón. Más que la preparación de argumentos, debemos evaluar nuestra motivación para hablar con otros acerca de su conducta. ¿Lo hacemos porque estamos enojados con él (ella)? ¿Porque estamos ofendidos, decepcionados, avergonzados? Aunque estas reacciones pueden hacer sentido (especialmente cuando ese pecado te afecta directamente), tienen que quedar en un segundo plano. Este no es momento para enfocarnos en nosotros mismos, sino en la salud espiritual de la otra persona. La verdadera motivación debiese ser el amor (I Pedro 4:8). Si crees que tienes una mala actitud o motivación equivocada, alista tu corazón antes de avanzar (Gálatas 6:1).

2. Prepara tu Biblia. La autoridad para señalar los pecados, para determinar el bien y el mal, la desobediencia o la santidad, no nos compete a nosotros. Por ello, es vital conocer y comunicar la perspectiva bíblica de la situación (II Timoteo 3:16). No somos jueces; ni se trata de nuestro punto de vista, sino de la expectativa de Dios (I Pedro 1:15). Debes entonces ayudar a la otra persona a responder las preguntas “¿Qué dice Dios acerca de mi conducta?” y “¿Qué espera ahora Él de mí?”. Adicionalmente, ¡asegúrate de recordar que la obediencia a Dios siempre trae esperanza! La Biblia no se limita a presentarnos juicio por el pecado, sino también bendición por la obediencia (Santiago 1:12).

PROPÓSITO
1. Motívalo(a) al cambio. El primer objetivo que buscamos es que la otra persona pueda arrepentirse de su comportamiento pecaminoso y pueda virar en U (Santiago 5:19,20). Se trata de llegar a una convicción de pecado, y desarrollar por ende una nueva conducta. Específicamente, esto implica: pedir perdón a Dios (I Juan 1:9), pedir perdón a las personas involucradas (Santiago 5:16), abandonar conductas pecaminosas para adquirir nuevos hábitos de santidad (Efesios 4:22-24).
A veces, para quienes están en el ministerio, quizás sea conveniente que por algún tiempo dejen sus responsabilidades de liderazgo, para enfocarse en sanar y restaurar las áreas necesarias. Cada caso, es un caso diferente. Como líder debes tener la sabiduría para saber abordarlo.
Cabe aquí también mencionar que en algunas situaciones, quizás la persona no tome desde la primera vez la decisión de arrepentirse. En ese punto, es cuando tendrás que involucrar a otros espiritualmente maduros para hacer juntos un nuevo intento. Mateo 18:15-17 describe el proceso: (1) habla tú a solas con la persona; si no se arrepiente, (2) invitas a uno o dos más y el objetivo sigue siendo el mismo (su arrepentimiento); si no hay cambio, (3) involucras a la congregación (y el propósito no es avergonzarle sino juntos animarle al arrepentimiento); y si no sucede nada, (4) tendrás que considerar que quizás esta persona no ha nacido de nuevo y necesita el evangelio. En cada etapa, es una oportunidad de mostrarle amor.

2. Motívalo(a) al crecimiento. Hacer un cambio no basta, pues se requiere la constancia de mantenernos en el sendero de la obediencia (Hebreos 12:11). Es importante desarrollar un estilo de vida que no sólo fortalezca las áreas que antes eran una debilidad (Gálatas 5:24), sino que dirija hacia la madurez espiritual (II Pedro 1:5-10). Una derrota por el pecado debe significar una lección que aprender.

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